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Semilla en mano, martillo al hombro

  • orientandotemedio
  • 14 sept 2021
  • 5 Min. de lectura

Por Juan Daniel Escobar


La evolución del oficio de la carpintería y la ebanistería en Rionegro a través de los últimos veinte años



“Uno siempre quiere que el que paga tenga una buena talla, pero la gente viene acá es buscando barato” dice entre risas don Hernán Lara, artesano y tallador de madera desde hace veinte años

Sobre la carrera veintiséis, marcando las siete de la mañana de lunes a domingo, el primer pelotón de carpinteros levanta la puerta metálica de garaje que sirve de puesto de atención en el taller de ebanistas “Pal Rancho”. Se comenta, entre el humo Marlboro del primer tabaco y los saludos rutinarios, el resultado del cotejo del fin de semana. Murmurando en la autopista, los automóviles pasan sin mayor avistamiento de aquellas firmes manos que se disponen al trabajo.


En primera línea de batalla, Don Hernán Lara, tallador experimentado, se acomoda su gorra, y en un gesto rápido entre suspiros, enfunda su ya usual guante negro de tela, el guante de la mano que sostiene la madera, la de la talla, por costumbre, debe de ir desnuda. Levanta la mirada para ver las líneas que trazó sobre la madera de pino lijado virgen, acomoda bien su codo, y empuñando con firmeza la gubia, comienza a descubrir los arabescos y ondas que a su ojo ve mejor sobre la tabla. “Yo tengo un patrón que de vez en cuando me mantiene trabajito, ahora mismo ando con un encargo de veinte relojes, como voy, mañana mismo se los tengo listos” expresa Don Hernán, viendo que mientras se levanta la tarde, ya lleva diez de los ornamentos en pedido.

“A mí, yo estando en Medellín, un amigo me recomendó venirme acá a Rionegro, y gracias a Dios desde que vine siempre ha habido trabajito” expresa Hernán Lara, ebanista especializado en la talla de madera

“Para mí, la mejor madera para trabajar es el Cedro, es mucho más fino, ahí por diferencia es que es más caro que el Pino. Ya después, todo depende de la talla que quiera el que viene acá a comprar. Si quiere una tallita buena, depende de eso se le cobra. Si es una tallita sencilla… uno se acomoda al cliente” replicaba el ebanista ante las preguntas sobre una cotización simple: un marco para cuadro. El oriundo de Medellín, Antioquia, quien ha cumplido ya, como bien él mismo dice: “Cincuenta y siete abriles”, ve en la madera una añoranza al pasado, y no se limita a su precio, si no a la forma en la que las personas ven su trabajo. Un trabajo artesanal, el cual, comparado con los muebles y enseres producidos en masa, es una labor más dedicada y personal de acuerdo con las preferencias de quien acude a las manos de Don Hernán, por lo que él considera “Una buena talla”.


Como un referente del pasado, Hernán Lara defiende su labor artesana como bien él sabe hacerlo: “Yo prefiero pasar la lija con la mano, a mí esas máquinas no me sirven para mucho a la hora de tallar. Yo prefiero asegurarme de que la madera esté buena, uno mismo baja a comprarla allá a la galería, no se puede mandar a cualquiera porque le venden cualquier vaina, si no tiene conocimiento… trae cualquier palo”. Legionario de la tradición, un carpintero de experiencia no se esculpe de cualquier manera, a lo largo de la calle, los años de veteranía en el mundo artesano, con cabello canoso, un escapulario sobre el cuello y un cigarrillo en la boca, no dudarán en estirar la mano y convencer a cualquiera de cuál madera es la ideal para un baúl, de qué clavos se sitúan en un armario y de cómo se agarra correctamente un formón; a pesar de tan rudimentaria reputación, con la caballerosidad y la vanidad de un empresario, Don Hernán verá a cuento quitarse la gorra, apagar su cigarrillo y enderezarse el cuello de la camisa en caso de que uno desee fotografiarlo o platicarle

sobre algo importante.

La calle de la madera en Rionegro, a pesar de haber sufrido reformas y calamidades como el incendio de julio del 2018, ha logrado mantenerse en el imaginario colectivo como un lugar representativo del municipio

Como un referente del pasado, Hernán Lara defiende su labor artesana como bien él sabe hacerlo: “Yo prefiero pasar la lija con la mano, a mí esas máquinas no me sirven para mucho a la hora de tallar. Yo prefiero asegurarme de que la madera esté buena, uno mismo baja a comprarla allá a la galería, no se puede mandar a cualquiera porque le venden cualquier vaina, si no tiene conocimiento… trae cualquier palo”. Legionario de la tradición, un carpintero de experiencia no se esculpe de cualquier manera, a lo largo de la calle, los años de veteranía en el mundo artesano, con cabello canoso, un escapulario sobre el cuello y un cigarrillo en la boca, no dudarán en estirar la mano y convencer a cualquiera de cuál madera es la ideal para un baúl, de qué clavos se sitúan en un armario y de cómo se agarra correctamente un formón; a pesar de tan rudimentaria reputación, con la caballerosidad y la vanidad de un empresario, Don Hernán verá a cuento quitarse la gorra, apagar su cigarrillo y enderezarse el cuello de la camisa en caso de que uno desee fotografiarlo o platicarle sobre algo importante.


El Comerciante


Entre papagayos de colores, marcos bordeados de tallas que se cruzan y se entrelazan, marquesinas con girasoles y espejos rodeados de crucifijos, se mece con paciencia Don Antonio. Preparado para la entrada de algún cliente, mira a las afueras con curiosidad, los tiempos para salir bajo el grito herido de “¡Artesanías a buen precio!” no son más que tiempos pasados, y con el esfuerzo que eso implica… mejor esperar a alguien verdaderamente interesado.


“Yo trabajé en la parte de metales cuando apenas se estaba haciendo el metro de Medellín, todo lo que son las vías de ese tren las hacíamos en el taller” recuerda Antonio Vázquez Arbeláez sobre su vida en la capital antioqueña

“De la calle de la madera… ¿Qué voy a hablar de la calle de la madera? Si no queda nada. De eso harán doce años para acá que lo volvieron autopista… ya por acá no pasa nadie” condena el comerciante sin ningún tipo de nostalgia o abatimiento. Levantado por su ímpetu y no por un bastón, Don Antonio se “ha ganado sus canas” pues se ha visto provisto de los reveses que puede dar tanto la vida laboral como la supuesta vía pacífica que suele ser el retiro. Con sus sesenta y siete años, ha tornado su mirada a continuar con el trabajo que le ofrecen las artesanías, pues por gajes burocráticos, de aquella pensión que labró en sus años de cabello castaño solo pudo sacar unos pocos pesos que invirtió en lo que es ahora la tienda de variedades y artículos artesanales “Donde Ceci”.



“He vivido de la mano con los artesanos de acá de la calle de la madera, porque yo sé que son buenos. Yo todo lo de la tienda lo mando a hacer acá en los talleres” Comenta Don Antonio sobre su relación con los ebanistas

“La cosa está muy regular, hermano… tan regular que ya no hay ni qué decir, eso fue viniendo de para abajo desde que hicieron esa carretera. Uno antes para la feria le cobraban ochenta mil pesos por poner el puesto y uno a duras penas alcanzaba a librar eso. Lo que empezó a hacer la gente es que llegaban, le tomaban foto, y se buscaban lo mismo en otro lado más barato”. En antaño, Antonio comenta, que la calle de la madera era un pasaje constante y ajetreado, la gente, así fuese por lograr moverse entre los callejones rionegreros, pasaba por allí y acababan fijándose en los mostradores y productos que los artesanos y carpinteros exhibían con vehemencia cada mañana. Desde su perspectiva de comerciante, decía que incluso lo lograban reconocer a él, pues claro, habiendo estado tanto tiempo bajo el amparo de sus percheros y papagayos de madera, la gente ve en su presencia la fiabilidad y la certeza de que lo que adornaba las paredes de “Donde Ceci” eran maderas y detalles completamente antioqueños, vistosos y carentes del aroma aséptico de la madera industrializada.



 
 
 

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