Laura Arroyave, impulsora del crochet como arte y fuente de vida en el Oriente antioqueño
- orientandotemedio
- 20 oct 2021
- 4 Min. de lectura
Por: María Isabel Moreno Carmona
Laura Arroyave Pérez, habitante de El Carmen de Viboral — municipio caracterizado, en la región, por el fomento de prácticas culturales artísticas —, es una joven que encontró en los hilos, lanas y agujas una forma de sustento económico y una filosofía cotidiana: la técnica del crochet se convirtió en su estilo de vida.
Según Claudia Milena López, experta en el trabajo manual y creativo, este método de tejido funciona con una aguja específica para crochet, y se basa en ir tejiendo la hebra según el patrón seleccionado, diferente de otros procedimientos como el telar o la malla.
Lau, como la llaman familiares y amigos, creó su microempresa, la cual lleva el nombre de la técnica: Mr. Sea Crochet, desde donde vende y promociona sus productos, y expande sus conocimientos, pues enseña a otras personas lo que un día aprendió de sus ancestros. Esta artesana ofrece clases para principiantes, avanzados, asesorías de proyectos y cursos.
En algún momento, el crochet no pareció mostrarle camino alguno. Pero, sus amigurumis, piezas que se hacen con el ganchillo, como también se le conoce al crochet, le presentaron una alternativa poco común para entender la vida, en cada mini personaje plasma una historia.

A pesar de ser algo a lo que nunca imaginó dedicarse, hoy agradece a su abuela por haberla motivado a tejer. “Desde sus comienzos ha recibido total apoyo de nuestra parte, como familia nuestra reacción ha sido favorable e incondicional. A ella se le ha insistido en no menospreciar su conocimiento y esfuerzo”, asegura su madre, Marta Pérez Quintero, quien admira el cariño, alegría y autoexigencia de su trabajo.
Es así como Laura, licenciada en Lenguas Extranjeras, mantiene un promedio de los costos, y ha aprendido a valorar su talento y experiencia. “Algunos no me compran que porque es costoso; pero yo no rebajo mi trabajo, yo cobro por mi tiempo y saber”, puntualiza con una firmeza contagiable en el tono de su voz.
Antonia Gómez Restrepo, cejeña de trece años, y su madre, Marcela Restrepo Bernal, comunicadora social, sienten mucha satisfacción por el servicio/producto que reciben de Laura, pues reiteran que es muy detallado, que sus clases transmiten pasión. “El valor tras el arte del crochet es la empatía, la solidaridad, el altruismo, entenderse y entender a los otros por medio del hilo y la aguja”, destaca la adolescente que desde los ocho años ha recibido sus enseñanzas.
Por otra parte, desde el Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral se impulsa el arte de la localidad, y la Administración Municipal, hace poco, entregó a doce emprendedores recursos superiores a los 1.500 millones de pesos.
No obstante, declara que no ha recibido ayuda directa de la Alcaldía porque no ha querido. “No es que no haya apoyo, yo no me he presentado a una convocatoria. Me parece que es un trabajo largo. No dispongo de tiempo al estar tan formado mi emprendimiento. Y, si lo hiciera, es algo que no me lo van a pagar, la participación es esperando a que me den la posibilidad de ganarme un concurso”, expresa la mujer de 27 años de edad.

Asimismo, recuerda que en Rionegro se lanzó una convocatoria para tejedores. La propuesta consistía en hacer 2.400 sonajeros para temporada decembrina, y cada producto lo pagarían a $20.000. “Eso me pareció mal, porque el cuento era reactivación económica en el sector artístico. Yo hice el presupuesto, y un precio justo sería de $35.000 o $40.000. No me pareció una oportunidad”, piensa Laura.
Igualmente, dice que la Alcaldía de Medellín, a través de la Secretaría de Salud, hizo la misma convocatoria; pero, esta vez, era una obra más grande, más elaborada y pagada a lo mismo. “Estoy participando en una manifestación que vamos a hacer los tejedores de Medellín y el Oriente cercano. No me parece que la Alcaldía diga que es una labor social, cuando en realidad es explotación laboral”, sostiene llena de coraje.
En este punto, Claudia Milena, bordadora profesional, expone que, “en nuestro territorio aún se ve el tejido y el bordado como una labor de señoritas hacendosas, aún se cree que se hace por entretención, lujo o caridad. Cuesta mucho que se reconozca la labor como un trabajo artístico, textil, ancestral, histórico y artesanal, que como tal tiene un costo que es la contraprestación al trabajo digno de alguien. Algunas madres o abuelas lo hacen por afición; pero, desde siempre ha sido un trabajo que el patriarcado ha menospreciado. Aunque, también, es real que paso a paso, lento, se va ganando terreno, y se va logrando visibilizar y valorar un poco más esta labor”.
Por otro lado, señala que el trabajo manual suele ser de mejor calidad, aporta a la economía local, es más sostenible, permite que sea personalizado, recupera la memoria, la conexión con lo humano, activa lo creativo en aquel que se acerca, y contribuye a la salud mental.
Sin embargo, enfatiza que presentan algunas amenazas: la industrialización, lo masivo, las modas, el cambio climático, la actual crisis con el algodón y los conflictos de intereses entre países hace que Colombia dependa de Estados Unidos y China para cubrir la demanda de hilazas. “Eso nos puede dejar sin materias primas, con escasez de hilos, lanas, agujas, hasta la tela podría escasear. Pero, no dejaremos de tejer o de bordar, seguro encontraremos cómo. Ya algunos proyectos están tejiendo con bolsas plásticas, que esas, por ahora, tristemente no escasean”, añade Claudia.
A pesar de todo esto, hay un aspecto intangible en el trabajo de Laura: la satisfacción de ver terminada su valiosa labor. Dice que en cada puntada expresa sus emociones, experiencia y amor por el crochet.
Lo hecho a mano, tiene un valor adicional que debemos admirar y valorar cada dia más.
Sigue así Lau, nunca desistas!