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El viaje de la candelaria

  • orientandotemedio
  • 15 sept 2020
  • 2 Min. de lectura

Por Josué Suárez


Cuenta también Doña Alba Isaza, también oriunda de la vereda Guapante del municipio de Guarne que eso era un trabajito: buscar quién presta el carro, las flores, quién iba a hacer los arreglos, quién la iba a cargar en el desfile del pueblo. Eso era desde muy temprano en la mañana para poder llegar a tiempo para la misa de las seis de la tarde, pues arrancar con el desfile desde la vereda era muy lento y largo”.

“En una ocasión, yo estaba soltera aún, cuando el turno de adornar a “La Candelaria” llegó a la casa de Don Bernabé Flórez. La virgen se engalanó de crisantemos de todos los colores. Todo el campo que tenía la casa estaba lleno de flores, esa era la vocación de la familia del que en un futuro iba a ser mi esposo. Ese día toda la familia y casi toda la vereda colaboraba en poner cada flor, en planear todo el viaje”.

Los dos Guapantes se unían en esta ocasión, junto con las veredas de Yolombal, El Palmar y otras veredas aledañas. Era costumbre que el día predilecto o escogido para que estas localidades celebraran como anfitriones la fiesta de la virgen era los jueves, sin importar qué día del novenario correspondiera. Este día era conciliado por los presidentes de la


s juntas de acción comunal y la parroquia, puesto que en las comunidades este día era más sencillo posponer o realizar más prontamente las actividades del campo.

“Eso era un despelote, pero también una cosa espectacular. Cuando salíamos de la casa donde arreglaban la virgen a eso de las tres y media de la tarde, ya todos estaban reunidos para ir detrás de ella. Lo primero eran las bicicletas, después el poquito de motos que había en las veredas, les seguían los carros que eran más que todo chiveros, que andaban vacíos porque el desfile era tan lento que la gente podía seguirlo a pie. A las que no le cabían ni un alma era a las chivas, todas andaban llenas hasta el capacete”.

La virgen al bajar al pueblo se hacía sentir, no era un viaje silencioso, era toda una parranda: pitos, sirenas, megáfonos rezando el santo rosario, trompetas y hasta voladores anunciaban de lejos la llegada de la patrona, los guarneños atendiendo el llamado salían a la calle a recibir su bendición.

Aún retumban los ecos de los rezos y las risas, los pitos de las escaleras, el retrueno y relámpago de la pólvora. Aún quedan los recuerdos de los viajes de una lucecita de fe, como lo es Nuestra Señora de La Candelaria.

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