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El toldo: Símbolo cultural y refugio para el artesano en La Ceja

  • orientandotemedio
  • 26 abr 2021
  • 4 Min. de lectura

"Primero fueron los toldos como ícono del municipio, luego las flores, y, por último, las bicicletas", afirma con orgullo Carmenza Acosta Ceballos, representante legal de la Asociación de Artesanos de La Ceja (Asociarce), quien dirige las ferias de toldos en la localidad.


Desde que inició la reactivación económica, luego del paro de varias actividades comerciales gracias al Covid-19, cada fin de semana, en el Parque Principal de La Ceja, alrededor de quince toldos pequeños exhiben los productos fabricados por las manos gastadas de los artesanos cejeños. A excepción de unas cuantas mercancías que ya vienen hechas por terceros.




Antes de la pandemia, la feria de toldos, llamada actualmente, Huellas del arte, se llevaba a cabo una vez al mes. Las cuatro cuadras del parque eran ocupadas por una gran cantidad de artesanos. Ahora el número es ilimitado por cuestiones de bioseguridad.






María Elena Blandón Ramírez, integrante de Asociarce,

cultiva la materia prima necesaria en su propia casa.

Después, pasa a elaborar los artículos que ofrece bajo la marca Savielen: Champús, geles, jabones, bálsamos labiales, etc.














Muchos artesanos empiezan su jornada laboral a las 8:00 a.m. No existe un horario estricto para su trabajo. Además, suelen terminar entre las 7:00 y 10:00 p.m. Todo depende del movimiento de personas en la plaza principal.











Así como Mónica María Zuluaga Hoyos, cada productor

–– Al interior de la mesa de madera que sostiene el techo de lona –– guarda su canasta, caja o bolsa, donde mantiene las provisiones, o donde lleva y trae sus obras.


Cada puesto debe pagar $18.000 a la asociación, cuota que se invierte en logística, mantenimiento a los toldos, energía, montaje, desmontaje y pago a un celador nocturno. Cabe aclarar que no pagan impuestos por hacer uso del espacio público.















"Las Alcaldías no pueden cobrar eso. Hay una ley donde están cobijados los eventos folclóricos y las ferias artesanales... Nosotros tenemos una feria institucionalizada por acuerdo municipal", explica Carmenza Acosta, presidenta de la Federación Nacional de artesanos.


Julian Guillermo Patiño Arango, ganadero, es el encargado del montaje y desmontaje desde hace cuatro años. Además, le ofrece empleo a otra persona para que le ayude en la tarea.

















Cuando finalizan el trabajo del día, antes del domingo, o, si es el caso, del lunes festivo, los artesanos y vendedores envuelven su mercancía con bolsas plásticas, y tapan el toldo con cubiertas de distintos materiales.








Nora Elena Restrepo Vargas, madre de tres mujeres, siempre lleva, junto a los dulces que se ingenia en su cocina, un cuaderno escolar donde apunta cada venta lograda.

"Hace quince años salgo en los toldos... Y todas las semanas me las rebusco cuando no estoy aquí", expresa la señora con los bríos de un adolescente.






Las ganancias son diferentes para cada emprendedor, dependen del producto que vendan, así como del ritmo de compradores. Por ejemplo, Marta Piedrahíta Ortiz –– mujer que procesa el café de manera artesanal en las tierras de su finca, propiedad ubicada en La Miel, vereda al sur del municipio ––, llega a obtener ingresos superiores a los $500.000 con su puesto, dinero que guarda en una riñonera, como muchos otros vendedores.









Durante la feria, todo tipo de personas se acercan a los toldos. Niños, jóvenes, adultos y ancianos llegan para apreciar las artesanías, o comprar alguna de su antojo.


"Me parece que los tolditos son una representación de la cultura. Y me siento muy bien al apoyarlos porque hay un esfuerzo detrás de sus productos", expresa Valentina Aguirre, joven compradora de la feria.

















Aunque en los toldos, la mayoría de artesanos son mujeres, también hay varones que sienten satisfacción por lo que hacen. Este es el caso de Obilmer Pérez Henao, un hombre que ofrece diversos artículos: atrapasueños, lámparas, sombreros, aguadeños, etc.



"Esto lo hago para demostrarles a mis hijos que pueden ser independientes", sostiene Obilmer en un tono reflexivo.













También, entre los saludos: "¡A la orden caballero! ¡Con gusto!", "Buenas, ¿cómo está?", y el "¿Qué se le antoja?", está Juan David López Monsalve, un hombre que, a través de una bola de musgo haciendo las veces de maceta, conecta a dos culturas diferentes: las flores cultivadas en los suelos cejeños y una técnica coreana llamada kokedama, la cual, consiste en utilizar dicho material como base para las plantas.







Johana Jiménez Zapata, abogada, organiza los accesorios personales, material que le suministra el sustento diario, hasta en el mismo punto de trabajo.


"Mi negocio se llama Studio 23, porque ese número representa la edad en que empezó este sueño de crear algo propio, y espero llegar muy lejos", declara con una mirada esperanzadora.

















El clima es un factor que incide en las ventas. Cuando llueve, los artesanos se ven obligados a tapar sus productos. También, disminuye el número de compradores.














El toldo como símbolo, en La Ceja, surgió en las últimas décadas del siglo XX. Todo comenzó debido a que, a las afueras de la iglesia principal, llegaban algunos campesinos y panaderos a vender sus frutos, y los habitantes iban a hacer sus mercados.


Además, según Guillermo Gonzáles, historiador del municipio, hace poco, los artesanos tomaron la misma estructura de los primeros toldos.


De esta manera, muestran sus habilidades a los turistas y a la comunidad cejeña.




Realizado por: Maria Isabel Moreno

 
 
 

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