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De los números al arte, una segunda oportunidad

  • orientandotemedio
  • 24 may 2021
  • 5 Min. de lectura

Por: Manuela López Osuna.


Son las seis de la tarde y el frío de la región guarceña penetra los poros abiertos de mi gruesa chaqueta. El cielo está nublado como de costumbre y las luces del ambiente son tenues. Los almacenes van terminando sus jornadas laborales y una pequeña luz al fondo de un corredor adornado por puertas y ventanas dice que dentro de él hay vidas tejiendo acciones.

El espacio es reducido por objetos que se atraviesan a lo alto y ancho de la casa. Aserrín, madera, polvo y tarros de pintura rodean la estructura ubicada cerca de la estación de gasolina de Don Diego.

Una mujer de tez blanca y cabello abundante se pasea de adentro hacia afuera, viste un delantal azul manchado y un metro naranja que cuelga de su bolsillo trasero. Ubica muebles, observa las tareas de su compañero pulidor, y al son del claxon de los carros que piden velocidad en la vía, alista trabajos que pronto recogerán.





Todo comenzó cuando al salir del colegio cada tarde, Ana Leonor Osuna Sierra, una mujer de ojos redondos como bellotas, les mostraba a sus compañeros las historietas de Condorito y las que ella misma recreaba con dibujos y cortos textos.


“A todos nosotros, sus amigos del pueblo, nos hacía reír porque dibujaba historietas muy graciosas en las que ella era la protagonista. Agatha Christie se quedaba en pañales con la creatividad que Leito impregnaba en cada una de sus historias”, cuenta Leonor Camargo Rodríguez, una de las mejores amigas de su infancia.


Ana nació en el municipio de El Colegio, más conocido como “Mesitas del Colegio”, perteneciente al departamento de Cundinamarca. Su familia era algo conservadora y de raíces tolimenses.





"Su presente lleva en la espalda el peso de las

decisiones que ha tomado durante años.

Decisiones que hoy le permiten plasmar "

suspiros de su existencia" en cada trabajo que realiza"


Su abuela, su abuelo y tres tías fueron los encargados de educarla y guiarla hasta que sus alas pidieran volar lejos de aquellas tierras cálidas, y aunque tuvo lo necesario para vivir feliz, una parte de su historia se resume en ausencia.


Su padre murió cuando él tenía 19 años, al explotar una mina en la que trabajaba como soldador. La madre, a raíz de la muerte de su amado salió en busca de oportunidades para la hija que venía en camino, pero por fortuna de unos y desgracia de otros, el cuidado quedó a cargo de los parientes de Felix Eduardo, el papá de Ana.

Fueron años difíciles en tanto que su origen siempre le causó inquietud, ¿sería abandono? ¿quizá amor en demasía? Lo que sí tuvo claro con el pasar de los años es que tanto sus abuelos como sus tías le brindaron amor de sobra, y de allí germinó un ser humano sensible, de pocos apegos, pero miradas profundas. Así transcurrieron sus primeros años.


Leo Osuna, tal y como la llaman sus amigos cercanos, vivió una juventud cargada de bailes, nados, paseos y aventuras que fijaron en ella un rasgo de valentía que le ayudaría a vivir los siguientes años de su vida. El tiempo comenzó a correr y decisiones debía tomar.


Más allá del arte, la creatividad siempre fue la protagonista en cada una de sus acciones. Por eso, al escoger la carrera universitaria no dudó en querer Bellas Artes. Sin embargo, ese sueño estuvo cortado por un tiempo, pues una de sus tías, quien le financiaría el pregrado le había dicho que sus cualidades de indisciplina, no tanto académicamente, sino por ser inquieta, permitían proyectar que esa carrera de arte no le ayudaría mucho a “enderezar” su camino.


Fue así como le sugirió, su pariente Rosalina, cursar una carrera que le ofreciera trabajos por montón y una vida ordenada: Administración de Empresas. Ana, aunque un poco disgustada por no poder potenciar sus habilidades, no lo pensó mucho e inició en el mundo financiero. Tanto así que al mismo tiempo que estudiaba trabajaba en la Corporación Cafetera de Ahorro y Vivienda (Concasa), en Bogotá.


No obstante, la esencia es quien dirige los caminos y por eso, luego de varios años ejerciendo la Administración, un paisa de estatura alta, voz gruesa y cabello negro la enamoró a tal punto que terminó viviendo en la capital antioqueña.


En Medellín compartió largos años con este hombre hasta que dieron por terminado su matrimonio, y como bien dice la poesía: el ave fénix resurgió de las cenizas. Al encontrarse sumida en una completa depresión amorosa, la clave para salir de ella fue seguir lo que su corazón siempre le había pedido: vivir del arte y sus diversos modos de expresión.




Fue así como un amigo conocido de El Retiro, lugar en el que residía para el momento de su divorcio, le ofreció trabajar con él en una carpintería que tenía cerca de la glorieta de Don Diego. Ana aceptó y desde aquel momento inició un viaje de altas y bajas. Aquel que hoy recorre llevando sus manos resecas, un delantal manchado por pinturas y un metro dentro de su bolsillo trasero.


Actualmente, Ana Leonor Osuna pertenece al gremio de la Carpintería. Tiene un taller de restauración de antigüedades, cuyo nombre es “Danka Segundas Oportunidades”. Este lo creó con el ánimo de rescatar muebles y maderas que las personas consideraran como viejas y dañadas, para transformarlas, darles vida y generar segundas oportunidades. Además, siempre ha considerado que sus acciones desde esta área pueden contribuir al cuidado del medio ambiente, mitigando el uso desmedido de los recursos naturales.






“Trabajar en esto me hizo renunciar a cierto tipo de vanidad, ya que estar todo el día lijando, pintando y restaurando hace que no tenga tiempo de pintarme las uñas o vestirme como solía hacer en el banco. Sin embargo, dentro de todo lo que hago y lo que soy, expreso mi vanidad de otros modos. Doy vida a través de colores y oportunidades a todo lo que comúnmente consideran como basura y que, seguramente, tiene mucho por dar en los hogares”, cuenta Ana.


Pese a que su trabajo lo lleva con orgullo y cada día le reconocen su habilidad de embellecer muebles y espacios de manera innata, a veces estar en la carpintería, mundo en el que suelen tomar partido los hombres, ha sido todo un reto, en tanto que hay quienes han querido subestimar sus habilidades, su talento y su capacidad de decisión frente a la compra de madera y materiales para el trabajo. Pero esto no ha sido un impedimento, cuenta Soreli Botero, amiga que hace unos meses comenzó a laborar junto a ella, al encargarse de las ventas.


“Ana es una mujer independiente y luchadora, y eso es lo que ha permitido que salga adelante con lo que quiere. Su carácter y firmeza son cualidades que en este gremio ponen de pie a cualquiera”.







Hoy, Ana Leonor no sólo restaura antigüedades, sino que realiza objetos en cerámica, pinta cuadros, diseña espacios interiores y construye muebles sobre medidas. Carga y escoge rastras de madera, pule, corta y carga puertas. Pinta, remodela, clava puntillas, moldea, sube andamios y baja techos.


Es una mujer que, a pesar de llevar ausencia en su corazón, de luchar contra estigmas de la sociedad frente a su quehacer “relajado” y de recolección de “basura” va del trabajo a la casa, en compañía de su hija, fruto de su único matrimonio, pensando siempre en el próximo diseño que entregará a sus clientes.


Hoy ella le da una segunda oportunidad a su vida y a sus sueños, tal y como se la brinda a todo objeto abandonado que busca ser luz en espacios de oscuridad.





 
 
 

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