top of page
Buscar

De la zapatería a la venta de empanadas: tradición de un pueblo

  • orientandotemedio
  • 19 abr 2021
  • 4 Min. de lectura

Es domingo, aunque no se siente como los demás. En San Antonio de Pereira las familias y comerciantes acostumbran a recibir centenares de personas cada fin de semana. Sin embargo, por las medidas que se impartieron a raíz de la pandemia del Covid-19 no hay quioscos abiertos, tampoco tiendas ni cantinas. Sólo restaurantes que, a medio abrir, funcionan en el parque principal para ofrecer domicilios a los habitantes locales.

Uno de los sectores que más ha sentido la cuarentena estricta en el territorio es el de la empanada. Pues bien, San Antonio de Pereira se ha reconocido en los últimos años por sus cuatro días de fiesta que se celebran en agosto, en honor a la empanada. Desde la más pequeña hasta la más grande, desde la verde hasta la roja son degustadas por los miles de turistas que llegan al lugar con ansias de probar, lo que para los locales es su modo de vida, para ellos un pasabocas con sabor a tradición.

A pesar de que “La Fiesta de la Empanada” se celebra una vez al año, hay muchas familias en la región que viven de la venta de este manjar color amarillo mostaza en su día a día, por lo que el aislamiento ha hecho que no puedan salir a la calle y ofrecer sus variadas recetas.

Esto es lo que le sucede a la familia de Amanda Tabares Echeverry. Una mujer de 81 años que nació en Rionegro, y ha sido testigo del cambio que ha vivido su pequeño pueblo, tal como ella lo llama.


Mientras algunos ciudadanos pasan de un lado a otro con bolsas de mercado y perros de paseo, Amanda, Rosa su hija, y yo estamos en la entrada de la casa verde, perteneciente a la familia Tabares. Distanciadas una de la otra y con nuestros tapabocas bien puestos comenzamos nuestra tertulia.

El viento se cuela entre nosotras y el silencio arropa las calles. Es una escena de añoranza y Amanda comienza a recordar los días en que debía ayudar a su esposo con la manutención de sus nueve hijos.


Así, me cuenta cómo empezó a vender empanadas hechas en leña, en la esquina de su casa: “mi marido era zapatero. Era muy trabajador y muy cumplido, pero eso no nos alcanzaba para levantar a la familia completa, entonces yo comencé a vender empanadas afuera de la casa”.

Gavino Arenas, quien vendía docenas de coturnos en Medellín y Rionegro, murió de una afección que, según la viuda, no tenía razón de ser: Cáncer en el hígado.


Doña Amanda, una fémina que sonríe con cada palabra que pronuncia y mira con ternura, dice que la calle donde actualmente queda D1, en la que vivía con sus hijos y su esposo, era una carretera de piedras y tierra, que con el sol levantaba una polvareda. Allí se situaba la salida hacia Rionegro, como lo es ahora, y ya que la gente pasaba caminando porque no había transporte público, la venta de las empanadas no daba abasto. Por ello, una de sus hermanas comenzó a ayudarle con el negocio.

La jornada en que mejor demanda tenían era el martes, día de San Antonio. Las calles se llenaban y los fieles al santo franciscano no llegaban a sus casas sin antes degustar la masa de papa y carne de las hermanas Tabares.


“Así comenzó la venta de las empanadas en este lugar. Luego de que el barrio se llenó de vendedores, la Alcaldía de esa época inauguró La Fiesta de la Empanada y ya todos siguieron la tradición que yo inicié”, dice Amanda Tabares Echeverry.

Rosa María Arenas Tabares, hija menor de Amanda, cuenta que San Antonio de Pereira ha sido siempre un lugar tranquilo, y que a lo largo de su vida ha visto pasar la tradición de la venta de empanadas, de su madre a sus tías y posteriormente, a su hermana mayor, quien actualmente continúa con la venta.




De igual manera, los vecinos más antiguos del barrio y en general, gran parte de la población del pueblo vende en pequeñas casetas proporcionadas por la Alcaldía de Rionegro, empanadas de todos los sabores, tamaños y colores, “aunque las de colores se venden, más bien, en temporada de fiesta”, añade Rosa María.

Actualmente, Amanda no tiene quiosco. Dice que ya vendió lo que tuvo que vender y que sus hijos ahora están grandes, “ya ellos hacen sus propios negocios”. No obstante,la tradición de la empanada pasó a una de sus hijas y es ella quien mantiene vivo el proceso de amasar y distribuir perfectamente los ingredientes a cada bocado puesto sobre el plástico.


La tarde se ha desvanecido y las historias no paran en la casa de Amanda, y aunque quisiera quedarme, el permiso para esta conversación pronto caducará. Rosa y Amanda se despiden con los ojos achinados, seguramente por sonreír bajo el tapabocas.

Cruzo la calle para salir del barrio y me voy con la sensación de que familias enteras quieren salir, si bien cuidándose, a vender los pequeños trozos que tanto caracterizan al territorio y que han dado de comer a generaciones enteras. La tradición, la estabilidad y el cuidado deben pactar un acuerdo para que la sociedad brille nuevamente con los colores de la esperanza, la alegría y la salud.



Por: Manuela López Osuna.





 
 
 

Comments


bottom of page