Arte andante
- orientandotemedio
- 19 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Wendy Vanessa Flórez Isaza
“No vengo a incomodarlos, solo pido unos segundos de su tiempo”. Quizás sea una frase común
en los parques y plazas de los municipios del Oriente antioqueño, que a la vez espanta a más de
uno mientras comparte con amigos o familiares en estos sitios de encuentro. Y es precisamente
por lo que estos lugares están: para disfrutar, descubrir al otro, y quizás, nos negamos y le
negamos a otros ese descubrirnos.
Muchas veces al ver un vendedor de artesanías, que no es como los demás, con su puestico, sino
que es aquel que va hasta donde ti, te saluda, te brinda una charla y te enseña paso a paso su
labor. Esos artesanos que no son de aquí, pero se sienten tan apropiados de los sitios que
recorren, que, más allá de vender su producto, realmente buscan ofrecerte una charla, un
cumplido o una reflexión, contarte una historia y ofrecerte un obsequio sin compromiso, solo por
el hecho de no haberte negado a su saludo.
Esa indiferencia que le transmitimos al otro, ese sentimiento de rechazo y miedo es creado desde
el estereotipo y el desconocimiento del verdadero ser y el arte que desean transmitir. Muchas
veces preferimos comprar un collar, una pulsera o cualquier accesorio en almacenes de cadena, en
locales “de calidad” porque lo de la calle no vale. Empero, ¿realmente lo de la calle no vale?, ¿qué
puede llegar a tener más valor?, ¿algo construido a gran escala solo con fines de consumo o una
pulsera creada por manos laboriosas que se forjaron desde el empirismo y la experiencia del
andar?
Aquellos artesanos de a pie, que con mochila en mano que cargan en su interior austeros e
improvisados materiales y herramientas para su quehacer, portando también su modesta vitrina
de tubos y telas de donde cuelgan gracioso y creativos cachivaches de hilo, alambre, piedritas y
cristales de cuarzo para canalizar energías, oda una fábrica de bisutería andante.
Ellos, andantes de pueblos y culturas, artesanos de inspiración, que sin ser de esta región pueden
llegar a conocer cada rincón, qué esconden las calles y las plazas de nuestros pueblos, aún más
que nosotros que sí somos oriundos de estas tierras del Oriente Antioqueño.
Esto quizás no solo lo conocen desde su andar; sino también desde su observación y contacto con
el otro, con nosotros que somos sus hospedadores. Porque, la amabilidad y actuar de las personas
puede decir mucho más de un lugar que la infraestructura o los sitios turísticos.
Jóvenes que por perseguir un sueño de libertad, felicidad, afinidad y curiosidad se encaminan y
deciden enfrentar el mundo a pie, mostrando lo que mejor saben hacer y transmitir. Las
artesanías, que para muchos son cachivaches poco estéticos y sin significado porque no son
traídos de un lugar exclusivo y que, tristemente, se piensa que solo las venden para obtener
dinero para vicios.Pero no, no se debe generalizar porque no siempre es así. ¡Que daño nos han
hecho esos estigmas y estereotipos que nos hace señalar a quien no es como yo!, a alguien que
decidió ir por la vida de una forma diferente, por el simple hecho de que llega hasta la banqueta
donde estas sentado y con un saludo te ofrece una pulsera ya lo tildamos de marihuano, vago y
ladrón.
Sin embargo, debemos también tener más afinidad y empatía, mirar a través de esos ojos y sentir
con esas manos que recrean hermosas piezas de arte que transmiten un poco de lo que llevan
dentro. Porque hay algunos, o muchos, de estos artesanos deambulantes que solo desean llenar
de buena energía a todos los que los rodean y quizás nosotros con nuestras malas vibras
agregamos una nube gris a su paisaje al negarle la palabra.
Porque, así como tú te esfuerzas por sobresalir en tu estudio o trabajo y hacerlo lo mejor posible
para llegar a ser un profesional destacado, ellos también desean ganarse un doctorado en la
universidad de la vida, donde las artesanías son la prueba de su conocimiento y sus manos son el
diploma que acredita su experiencia en el campo de acción, que es cualquier rincón del mundo.

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