Amor por mi tierra: una lección de mi abuelo
- orientandotemedio
- 30 mar 2022
- 4 Min. de lectura
Por: Juliana María Otálvaro Marín

La ganadería en el Oriente de Antioquia ocupa un 39.33 % del territorio, actividad que genera ingresos significativos para los productores. Aunque algunas partes del territorio tienen poca vocación ganadera, no faltan los habitantes que por amor y tradición de muchos años ejercen esta profesión, así como mi abuelo.
La mañana aún estaba oscura y el despertador apenas marcaba las 4:45 a.m., lo primero que hice fue pararme de mi cama y dirigirme a la casa de mis abuelos quienes vivían justamente al lado de la mía. Cuando abrí la puerta vi a mi viejo sentado tomándose un chocolate hecho por mi abuela, ahí estaba él con sus botas pantaneras llenas de tierra, un pantalón oscuro, una camisa manga larga y lo que no le podía faltar, su sombrero café que siempre se ponía para ir a la finca.
Inicio de la aventura:
Después de verlo y observarlo le pregunté:
—Abuelo, ¿si vamos a ir a la finca? —
Solo era verle su cara y mirar cómo con su cabeza me hacía una expresión afirmativa para hacerme entender que sí íbamos a ir. Inmediatamente me devolví a mi casa, me bañé rápidamente y me vestí para ir a la finca de mi abuelo, a la cual le ha dedicado casi toda una vida, allí tenía a sus animalitos cómo le decía él, entre ellos había perros, gatos, gallinas, terneros, vacas y toros, para todos tenía espacio y amor para dar.
Desde nuestras casas había como 45 minutos de camino, nos metimos por un lugar que solamente él conocía para poder llegar más rápido a la finca, yo lo único que hacía era seguirle los pasos, caminamos por un monte y al fondo lograba ver nuestro municipio (Rionegro).
Paso tras paso logramos llegar a su finca que estaba ubicada en el sector Alto Bonito aquí en Rionegro. Mi viejo cargaba un costal lleno de cáscaras de fruta para sus animales, cuido y una cuanta herramienta que necesitaría para laborar en su finca; también guardaba allí mi cámara pues nos daba miedo que fuera yo la que la cargara y que llegará alguien y me la arrebatara.
Él solo me decía:
—Julianita, se roban una vaca, no se van a robar una cámara—
Yo solo le creía todo lo que decía pues él más que nadie conocía el lugar en donde nos encontrábamos. Estábamos en todo el portón de la finca y el lugar se podía ver humilde, a su lado había una extensa manga en la que estaba todo su ganado. Podía escuchar el cantar de los pájaros, el bramar de las vacas y los toros y el cacareo de más de 5 gallinas cariocas y criollas.

Parte frontal de la finca (sector Alto Bonito)
Eran casi las 6:00 a.m., entramos a la finca por el lado donde estaba el pasto, en ese momento sentí como la paz y la serenidad llenaban mi cuerpo. Un lugar como estos o más bien, una tierra como estas donde nos enseñan que la felicidad está en las cosas simples de la vida, como el olor húmedo de la madrugada, el chocolate dulce, el pasto seco y algunos animales, que son estos, la mejor compañía del hombre.
En este momento solo podía pensar en la oportunidad que tuve de conocer lo que mi abuelo guardaba en el corazón y más que eso, me enseñó a querer y a respetar los animales y la naturaleza. De 80 años de vida, mi viejito le ha dedicado 70 a cuidar su tierrita.

Aprender cosas nuevas:
Dentro de la finca vivía una familia venezolana que había sido despojada de su lugar de origen, mi abuelo los conocía a todos y se la llevaba muy bien con ellos. En la parte trasera de la finca había un cuarto en el que guardaba todas sus herramientas para trabajar, tenía cuanta cosa nos pudiéramos imaginar.
Empezó a ordeñar las vacas, para esto les amarró las patas y puso un balde debajo de su ubre, con sus dedos empezó a exprimir su leche hasta el punto de llenar la mitad del recipiente; yo me sentía como una niña chiquita preguntando a cada momento cuanta cuestión me surgiera en el momento. Ordeñó vaca por vaca y con cada una hizo el mismo procedimiento.
Luego de esto, les dio de comer a todos sus animales, todo era una mezcla de cáscaras de frutas y vegetales con pasto.

Todo lo hacía con tanto amor, y, sobre todo, podía notar su experiencia en el campo del ganado. Con paciencia me explicaba paso por paso lo que estaba haciendo, hasta el punto que me dejaba a mí hacerlo (organizar el revuelto para las vacas y tratar de ordeñarla).
Como había mencionado anteriormente, el lugar era humilde, la estructura era un poco vieja, pero para mi abuelo no era muy importante esto, él solo necesitaba que sus animales estuvieran en un lugar seguro.
Luego de esperar a que ordenara todo, alimentara sus animales y recogiera los huevos de las gallinas, nos sentamos en un mueble viejo a hablar sobre la vida; aunque yo sea una niña todavía sentía que tenía un millón de cosas que aprenderle y admirarle, podría decir que una de ellas es la consistencia y el amor con el que hace cada cosa.
Eran alrededor de las 9:00 a.m., y me dijo:
—Julianita, ya está muy tarde, cojamos nuestros corotos que su mamá y la abuela nos están esperando—
Caminamos hacia el portón de la finca y me despedí cordialmente de los que vivían en ese lugar, al pisar la carretera volví a la realidad, la vida urbana. Empecé a sentir cómo el aire de la ciudad entraba por mis fosas nasales y me daban un contexto diferente al que me encontraba hace algunos minutos, paso tras paso nos devolvimos por el mismo camino de vuelta a casa.
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